Permiso para aterrizar

Oaxaca:

belleza fuera del radar

Por Luza Alvarado

Oaxaca tiene una belleza que va más allá de lo convencional. Descúbrela en sus impresionantes monasterios, su gastronomía sorprendente y su arte popular tan diverso como sus paisajes.

El colorido de Oaxaca es producto de una diversidad cultural ligada al paisaje, pero también de la sensibilidad y la fortaleza de las comunidades indígenas. Este viaje, pensado para quien busca nuevas conexiones con la belleza, propone un recorrido inusual. Sabores auténticos y diversos, comunidades creadoras con proyectos de gran valor, paisajes cargados de nubes sobrevolando las montañas y tesoros fuera del radar.  

 

Color con sentido

En Oaxaca, la creación es una forma de vida. Así como hay artesanos que se enfocan en complacer a quienes buscan souvenirs, hay un mundo de maestros y maestras en cuyos talleres nacen piezas únicas, originales y expresivas, sin dejar de honrar sus raíces. 

En San Martín Tilcajete, a 45 minutos de la ciudad de Oaxaca, se crean los alebrijes, figuras coloridas y fantásticas talladas en madera de copal. En el taller Jacobo y María Ángeles, artesanos y artesanas crean tonas y nahuales con una maestría insuperable. Gracias a su escuela de artes y oficios ha disminuido la migración a Estados Unidos.

Si no puedes visitar su taller, ve a la galería Voces de Copal, en el Centro Histórico de Oaxaca, donde se exponen piezas de diferentes talleres de altísima calidad y diseño, agrupadas por temas relevantes para estas comunidades.

jacoboymariaangeles.com

Una de las razones por las que Oaxaca resultó crucial para la economía virreinal fue la producción de la grana, un tinte rojo que se extrae de la cochinilla (Dactylopius coccus). La investigadora Naix’ieli Castillo señala que Oaxaca, cuna de domesticación de la grana cochinilla, llegó a producir el 99% de la grana que se exportaba al mundo entero en el siglo XVIII. Su tono carmín era usado por la nobleza europea como símbolo de poder. 

En el pueblo artesano de San Bartolo Coyotepec, famoso por sus talleres de barro negro, se encuentra el Centro de Difusión de la Grana Cochinilla Tlapanochestli (“sangre de nopal” en náhuatl), abierto a visitantes que quieran aprender, experimentar y comprender la trascendencia de la grana en la cultura oaxaqueña, pues gracias a ella muchos productores pudieron conservar su estructura comunitaria. 

En Teotitlán del Valle, cerca de la zona arqueológica de Mitla, la cultura oaxaqueña del color se expresa en textiles de gran valor estético y social. En sus talleres familiares, donde el conocimiento se transmite de generación en generación desde hace cientos de años, se usan pigmentos naturales para teñir los hilos de lana que luego se tejen en telar de pedal, dando como resultado tapetes y otros textiles, algunos con motivos ancestrales y otros con innovadores diseños. En el taller familiar Huella Carmín, los visitantes pueden conocer y participar en el proceso, además de adquirir piezas de factura única.

huellacarmin.com

El conjunto conventual de Santo Domingo de Guzmán

es una joya del barroco novohispano y un emblema de Oaxaca. Crédito: Shutterstock.

El camino de la grana sigue hasta el Museo Textil de Oaxaca, pues el inmueble donde hoy se encuentra perteneció a un comerciante del tinte carmín. Los cientos de piezas que se exponen, provenientes de México y de otras partes del mundo, han sido donados por distintos coleccionistas y artistas, y destacan por su técnica de teñido, hilado, tejido y bordado. Algunos de ellos son auténticas narraciones, muestras de ecosistemas, relatos personales y comunitarios. Y también tienen exposiciones temporales de artistas contemporáneos. 

El Museo Textil de Oaxaca,

En el Centro Histórico de la capital, invita a mirar la vida a través del hilo y el color. Abre todos los días y la entrada es gratuita. Crédito: Shutterstock.

Sabor de la diversidad

Ningún viaje a Oaxaca está completo sin un buen itinerario gastronómico. Casi en cualquier parte se come delicioso, pero los siguientes restaurantes se distinguen por el sazón de sus cocineras.

Itanoní es uno de los primeros proyectos que se enfocaron en los maíces criollos no transgénicos: sus desayunos son deliciosos. Otra opción que nunca decepciona es la Fonda Florecita, dentro del pequeño Mercado La Merced, con panes, chocolates espumosos, huevitos al gusto, todo con tortillas de mano y quesos frescos.

La Teca, diminutivo de juchiteca, es el lugar donde Deyanira Aquino ha servido comida del Istmo de Tehuantepec como si fuera el comedor familiar de una casa. En Zandunga Sabor Istmeño, Aurora Toledo y su gran equipo ofrecen molotes, enchiladas, estorrejas y mil delicias más. En Tierra del Sol, Olga Cabrera ofrece cocina mixteca con sabores refinados, auténticos y complejos, mezcla de maíces, trigos, chiles, cacaos, atoles y recetas de las abuelas. Su terraza es perfecta para tomar un coctel y ver el atardecer. Pero si lo tuyo es cenar taquitos callejeros, no te pierdas los de El Lechoncito de Oro, en Libres esquina con Murguía.

Tierra del Sol

trae la sutileza de la cocina mixteca a la capital oaxaqueña en forma de platillos y recetas que honran el origen. Crédito: Cortesía Tierra del Sol.

Teposcolula

Entre los cerros de la región Mixteca, a una hora y media de la capital oaxaqueña se encuentra San Pedro y San Pablo Teposcolula, hoy considerado Pueblo Mágico. Sus calles empedradas, su encantador Palacio Municipal y la vida tranquila de sus habitantes transcurren en torno al inmenso conjunto conventual de San Pedro y San Pablo, construido por los dominicos a fines del siglo XVI. 

Su atrio y su monumental capilla abierta de cantera hacen pensar en un auditorio al aire libre. Y con razón: su impresionante cúpula acústica, el espacio para el coro y la perfecta iluminación natural obedecían a una estrategia para evangelizar a los indígenas, quienes acostumbrados a sus rituales a cielo abierto se rehusaban a entrar a los templos. A través de misas en las que primaba la belleza del canto y otros elementos escénicos, los dominicos establecieron una conexión religiosa con los mixtecos. 

La arquitectura del convento es austera, pero está llena de sorpresas, como el sistema de conducción de agua que venía desde el cerro Yucundaa, la antigua ciudad mixteca, a través de un acueducto que proveía de agua a sus habitantes. En el templo encontrarás retablos barrocos elaborados por las manos prodigiosas de los artesanos indígenas. 

A un costado se encuentra la Casa de la Cacica, construida en 1560 con elementos prehispánicos y europeos. Luego de albergar a la última líder mixteca, funcionó como almacén de pieles, plumas, oro y seda, pues Teposcolula era el centro del cacicazgo. Camina por las calles del pueblo y haz una parada en el restaurante Temita para probar el mole negro, una verdadera delicia.

San Pablo y San Pedro Teposcolula

son un mismo Pueblo Mágico. La capilla abierta de su impresionante exconvento dominico bien vale un viaje. Crédito: Shutterstock.

Yanhuitlán

A media hora de Teposcolula se encuentra Santo Domingo Yanhuitlán, una comunidad entre cerros de colores ocres y verdes. Durante el Virreinato, esta “república de indios” estaba conformada por familias mixtecas, españolas, mestizas y mulatas cuya economía se basaba en el comercio de grana cochinilla, seda y trigo producidos en sus campos. De ahí las imponentes dimensiones de su convento que destaca desde la lejanía como si fuese una fortaleza medieval. Construida sobre un antiguo basamento piramidal, ocupa 6,000 metros cuadrados. 

Todos los domingos por la mañana, al lado del convento de Yanhuitlán se pone un tianguis donde los campesinos mixtecos de 18 comunidades vienen a vender cestería, alfarería, tortillas de mano y platillos como tamales, barbacoas y panes de horno de leña, frutas cristalizadas, nicuatole, chocolate, agua de chilacayota, tacos de flor de agave, trigo local y mezcal para llevar un recuerdo a casa.

Santo Domingo Yanhuitlán

es otro conjunto conventual dominico que amerita una visita, sobre todo en domingo, para desayunar o comer en el tianguis comunitario. Crédito: Shutterstock.

Los bosques de la Sierra Norte

Cierra tu viaje con una escapada a los bosques de la Sierra Norte o Sierra de Juárez, donde las comunidades se han organizado para gestionar sus propios servicios turísticos en estricta sintonía con la conservación del ecosistema y de sus usos y costumbres. 

Aquí el invierno fresco se disfruta con un buen atole, unas memelas de maíz rellenas de quelites, moles de cocineras locales y café o chocolate. San Antonio Cuajimoloyas, Benito Juárez, La Nevería o Santa Martha Latuvi: no importa si eliges visitar un pueblo o todos, siempre habrá una caminata, un mirador, un arroyo, un guía local, experiencias rurales y paisajes boscosos que te recordarán por qué Oaxaca es el estado con mayor biodiversidad del país. 

Talladas en madera de copal

los alebrijes son artesanías mexicanas que se pintan de colores vibrantes. Crédito: Shutterstock.

Vuela a Oaxaca

Volaris opera vuelos directos a Oaxaca desde Cancún, Ciudad de México, Guadalajara, León, Los Ángeles, Mérida, Mexicali y Tijuana.

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