Permiso para aterrizar

Chihuahua

Más allá del Chepe

Por Diego Ávila. Fotos: Cortesía del Gobierno de Chihuahua

Chihuahua cuenta con tres pueblos mágicos: Casas Grandes, Creel y Batopilas. Cada uno refleja la riqueza natural, histórica y cultural del estado.

Con una extensión de casi 248 mil kilómetros cuadrados, Chihuahua es el estado más grande de toda la república mexicana. Aunque no tiene playa, se ha vuelto un popular destino turístico gracias al ferrocarril Chihuahua-Pacífico, mejor conocido como El Chepe, que atraviesa las famosas Barrancas del Cobre. Sin embargo, el enorme territorio chihuahuense también esconde zonas arqueológicas, parques nacionales, desiertos, lagos, ríos y las cascadas más altas de México. De hecho, Chihuahua es el hogar de tres pueblos mágicos, cada uno de los cuales es la excusa perfecta para salir de la rutina, hacer un viaje en familia, visitar sitios históricos y parques naturales, conocer nuevas culturas y admirar hermosos paisajes.

Estos pueblos son Casas Grandes, Creel y Batopilas. Cada uno se localiza en un ecosistema diferente, pero todos ofrecen diversas opciones de hospedaje y una gastronomía llena de especialidades regionales, a base de carne de res, quesos frescos y chiles deshidratados, así como destilados locales como el sotol, la lechuguilla y el tesgüino (no confundir con el tejuino). Ya sea que se encuentren cerca de la antigua ciudad prehispánica, de lagos y cascadas, o en el fondo de profundas barrancas, todos representan una oportunidad ideal para descubrir más sobre el gran patrimonio cultural y natural de nuestro país.

Valle de las ranas.
Alrededores de Creel.

Casas Grandes

A 300 km al norte de la ciudad de Chihuahua se encuentra Casas Grandes, un pequeño poblado cuyo nombre proviene de la descripción que el explorador español Francisco de Ibarra hizo de Paquimé cuando llegó a la región en el siglo XVI. La época dorada de esta antigua ciudad tuvo lugar entre los siglos XVI y XV, cuando funcionó como un punto de intercambio entre las culturas mesoamericanas y las nómadas del norte de México y el actual sur de los Estados Unidos. Paquimé es un ejemplo único de una ciudad prehispánica construida únicamente con tierra, y su importancia es tal que fue inscrita dentro de la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1998. Para aprender más sobre estas culturas, al lado de la zona arqueológica se encuentra el Museo de las Culturas del Norte, y el boleto de acceso a la primera incluye la entrada al segundo. En tres salas, este recinto ofrece a los visitantes un recorrido por las áreas culturales que han existido en este vasto y desértico territorio, la vida cotidiana de sus habitantes en tiempos prehispánicos y la evolución de la región desde la época virreinal y hasta el siglo XX.

La herencia de esta antigua cultura no termina ahí. La cerámica encontrada en Paquimé ha servido como inspiración para una de las artesanías más reconocidas de todo México: la famosa alfarería de Mata Ortiz. La tradición inició en el pueblo de Juan Mata Ortiz en los años setenta cuando don Juan Quezada comenzó a elaborar vasijas de barro inspirándose en los diseños de las urnas prehispánicas encontradas en la zona. Sus creaciones empezaron a ganar fama y, consciente de su éxito, don Juan decidió compartir su técnica con otros miembros de su pueblo, de tal manera que hoy en día existen alrededor de 450 alfareros en esta población.

Zona arqueológica de Paquimé.
Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Los menonitas de Colonia Juárez se dedican a cultivar fruta, por lo que es ideal probar los postres que elaboran con manzana, durazno y nuez.

Creel

Famoso por haber sido el primer pueblo mágico de Chihuahua, Creel es una de las estaciones más populares del Chepe. Localizado en el corazón de la Sierra Tarahumara, es un destino ideal que combina historia, cultura y naturaleza. Sobre su calle principal se destacan hoteles, cafés y restaurantes, así como numerosas tiendas de artesanías que elaboran los rarámuris con madera y palmilla; el museo tarahumara de arte popular (recién renovado en 2020) bien merece una vista. Si se quiere conocer más sobre esta cultura indígena, también se puede ir a San Ignacio de Arareko, una comunidad tarahumara ubicada a sólo 7 km de Creel, famosa por su misión de adobe construida en el siglo XIX. Además, San Ignacio está convenientemente cerca de tres de las principales atracciones naturales de la zona: los valles de los hongos, el de las ranas y el de los monjes, célebres por las formaciones rocosas que, como sus nombres nos dan una pista, parecen hongos, ranas y monjes de enorme tamaño.

Y si bien Chihuahua no tiene costa, esa no es razón para dejar el traje de baño y el bloqueador en casa. El lago de Arareko es un muy buen lugar para practicar kayak, y a 12 km de Creel se encuentran además las aguas termales de Recowata, una opción ideal y muy económica para todos aquellos que buscan descansar y relajarse. Diversas pilas almacenan el agua que nace de un manantial en el fondo de una barranca, y una cascada completa el paisaje. Se recomienda reservar todo un día para poder hacer este recorrido con tranquilidad y sin prisas. Si se quiere permanecer más tiempo, también es posible acampar y pasar la noche en el bosque.

Lago de Arareko
Sitio ideal para campismo, senderismo y kayak.

Batopilas

Al fondo de una de las hondas barrancas de la Sierra Madre Occidental, a cuatro horas al sur de Creel, se encuentra el más pequeño, pero también el más pintoresco de los tres pueblos mágicos chihuahuenses: Batopilas. El poblado fue fundado en 1708, cuando se descubrieron ricas minas de plata fueron descubiertas en sus alrededores; llegó a tener hasta 10 mil habitantes en su mejor momento. Para llegar, se debe recorrer un sinuoso camino rodeado por acantilados que va bajando la montaña, y una vez en el fondo, resulta sorprendente encontrarse con este pueblo que, aunque únicamente cuenta con tres calles, está formado por hermosas casonas, iglesias y plazas que uno jamás esperaría encontrarse al final del camino. . A fines de 1890, Alexander Shepherd, dueño de una de las minas más ricas de la zona, mandó instalar electricidad, con lo que Batopilas fue el segundo poblado, después de la Ciudad de México, en contar con energía eléctrica. Shepherd también hizo traer pianos y bañeras de porcelana a través de la sierra para que su familia viviera cómodamente en este rincón de la Sierra Tarahumara.

Desde la cima de la montaña hasta el fondo de la barranca hay una diferencia de alrededor de 1,500 metros, por lo que Batopilas goza de un clima prácticamente tropical en el que florecen y crecen árboles de cítricos, mangos, aguacates y plátanos. El pueblo es atravesado por el río homónimo (que en idioma tarahumara significa “río encajonado”), y aún es posible ver a algunas personas lavando arena en bateas en busca de alguna que otra pepita de oro o plata.

Barranca en Batopilas.
Enclave minero entre los siglos XVIII y XIX.

De esta manera, los tres pueblos mágicos chihuahuenses son destinos que, más allá de una pintoresca escapada de fin de semana, ofrecen una gran experiencia de viaje, ya sea que se vaya en pareja o en plan familiar. De las culturas del desierto de Casas Grandes a la colorida herencia tarahumara de Creel y el glorioso pasado minero de Batopilas, no cabe duda de que cada uno de estos poblados demuestra que, además de ser el estado más grande de México, Chihuahua es también uno de los más ricos en patrimonio.

Hacienda en Batopilas.
Esplendor de la época minera.

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