Culiacán es un buen punto de partida para descubrir en automóvil la diversidad de ecosistemas sinaloenses.
Hacia el norte, por ejemplo, uno puede adentrarse en la Sierra Madre Occidental y descubrir Surutato, con su envidiable horizonte boscoso y su clima fresco. Una vez ahí, hay que dirigirse al Mirador La Nariz, a más de 2,000 msnm. Luego de disfrutar el increíble paisaje verde, se puede hacer un día de campo, practicar senderismo hacia cascadas, lanzarse en tirolesa o conducir cuatrimotos. Al final de un día de gran actividad en la montaña, llega el momento de descansar en las cabañas de madera y quedarse dormido con el arrullo de los sonidos nocturnos del bosque.
Para esos deseos incontrolables de mar, hay que viajar a Bahía de Altata, a escasos 70 kilómetros de Culiacán, un puerto pesquero en el que se encuentra calma sobre la playa. Si el alma exploradora desea ir más lejos, las opciones se multiplican: la hermosa Bahía de Navachiste, más al norte con rumbo a Los Mochis, o las Barras de Piaxtla, hacia el sur y camino a Mazatlán.
Aquí, frente al océano Pacífico, es donde se halla otro de los encantos de Culiacán y todo Sinaloa: su gastronomía. Aunque en los sabores de Culiacán reinan el chilorio, los tacos de asada, los tamales de elote con carne y los frijoles puercos, el estado ofrece los más frescos pescados y mariscos, lo cual dificulta cualquier elección ante un menú. Eso sí: lo que nunca debe faltar es el chile chiltepín, uno de los sellos culinarios de Sinaloa.
Los atardeceres, la diversidad natural, los sabores voluptuosos de la cocina sinaloense, pero sobre todo la amabilidad de los culichis, hacen que uno regrese a casa con ganas de volver al corazón de Sinaloa: el mero Culiacán.