Para sentir las California vibes, es decir esa vibra relajada, divertida y llena de color, hay que llegar a Venice Beach, quizás con un atuendo neón como los de Barbie y Ken, para disfrutar de la playa y el sol sobre ruedas.
En Venice nació el skateboarding (patineta), aunque la mayoría de los visitantes prefiere recorrer la ciclopista en patines o bicicleta, una tentación irresistible. Hay varias tiendas donde se pueden rentar, con equipo de seguridad incluido.
Ya con casco, coderas y rodilleras, hay que pasear por el Venice Boardwalk, la ciclopista que conecta todas las playas de Los Ángeles, para quienes buscan ver y sentir de cerca la cultura local.
Venice invita a conocer su rostro más desenfadado en el muelle y el mercado, o distraerse con las piezas de los múltiples vendedores y artistas callejeros que se dan cita diariamente ahí o en Muscle Beach, un gimnasio al aire libre donde los atletas rinden culto al cuerpo entre pesas, barras y demás aparatos de ejercicio.
También vale la pena internarse por los canales, más silenciosos, y descubrir por qué se nombró Venice a esta playa.
Cuenta la historia que el millonario del tabaco Abbot Kinney (cuya memoria se honra con el nombre del muelle y del bulevar principal), creó el resort de sus sueños, Venice of America, un lugar cerca del mar y parecido a la ciudad italiana que tanto amaba.
El magnate mandó construir varios canales, aunque actualmente solo quedan seis, cuatro orientados de oeste a este y dos de norte a sur. Un remanso de paz alejado emocionalmente del bullicio de la playa, aunque apenas a unos metros de distancia.