Cantinas CDMX
Santuarios gastronómicos para viajeros curiosos
Comparten mucha de la historia con la ciudad que las arropa y son, a la vez, un emblema de lo que significa ser “chilango”.
Los habitantes de la CDMX son amantes de sus cantinas, y estas se han colado en el imaginario colectivo de lo que las define desde siempre. El Centro Histórico de la capital mexicana aloja algunas de las más entrañables por sus deliciosos menús, por su hospitalidad y —cómo no— por sus historias y los personajes que las han transitado. El Centro Histórico tiene casi una cantina por cuadra, pero si tuviéramos que elegir unas, serían estas.
Cantina Salón España
Ubicada en una de las primeras calles de la ciudad, esta cantina es una de las más tradicionales. Dentro se siente un indiscutible ambiente bohemio. La barra que recibe es alta y elegante, y enmarca a un barman con una colección envidiable de tequilas —se dice que esta cantina cuenta con más de 200 marcas diferentes-. La cantina fue fundada a principios del siglo XX por refugiados españoles, por lo que el menú cuenta con ciertos elementos ibéricos y este cambia de manera semanal. Vale mucho la pena dejarse envolver por la atmósfera del lugar y permitir que pasen las horas mientras la tarde se va haciendo noche.
Dirección: República de Argentina 25
Cantina Gallo de Oro
Una fachada rojo cochinilla es la seña que indica que se ha llegado a la cantina más antigua de México y definitivamente una de las más queridas por los comensales. Fundada en 1874, quien no la conoce, no sabría que la modesta fachada esconde un interior elegante con mesas de manteles blancos, una larga y cuidada barra de madera y los meseros más atentos del centro. El Gallo de Oro lleva más de 100 años manteniendo su reputación como una de las mejores, y ha visto desfilar entre sus mesas sinnúmero de burócratas y políticos, intelectuales e incluso se dice que fue favorita de Goyo Cárdenas. Los sábados el buffet de cazuelas es la estrella, pero en cualquier momento se puede probar una buena arrachera al carbón o la paella que no tiene pierde.
Venustiano Carranza 35
La Faena
Poco queda ya de la antigua gloria de esta cantina, pero eso no le resta interés al lugar —es más, le suma—. Para entrar, uno pasa por un largo pasillo con pequeñas postales que enmarcan refranes populares en tono jocoso. Una vez dentro, uno se enfrenta con lo que alguna vez fuera el Palacio del Marqués de Selva Nevada, y años después, el Hotel Mancera. Techos de bóvedas altísimas, columnas con vitrinas con trajes de luces, pósteres y óleos taurinos —La Faena es, además, un museo taurino— dejan ver la opulencia que alguna vez le caracterizó. En medio del espacio, en el que se distribuyen ahora mesas de plástico sobre un hermoso piso de mosaicos, se encuentra una rocola que ha visto pasar a varias generaciones y una Virgen de Guadalupe rodeada de foquitos que añade un toque kitsch que hace de La Faena un sitio irrepetible en cualquier otra parte del mundo. El menú cambia junto con la clientela, pero la sopa azteca y las quesadillas de papa son los favoritos.
Venustiano Carranza 49
Bar Mancera
A una puerta de La Faena se puede encontrar el Bar Mancera, en un hermoso edificio que se dice fue construido a finales del siglo XIX por Gabriel Mancera. La indiscutible influencia francesa de la decoración, las barras de caoba y los acabados dorados siguen, hoy en día, dotando a este, uno de los bares más antiguos del país, con un sentimiento de elegancia clásica que no envejece. Acá lo que hay que probar es el solomillo.
Venustiano Carranza 49
Entrar y comer en una de las cantinas del Centro Histórico, es saberse parte y partícipe de la historia de una de las ciudades más antiguas de América.
La ruta cantinera del Centro podría seguir indefinidamente, y valdría la pena visitar también La Mascota (de menú accesible), Tío Pepe (con un precioso trabajo de ebanistería en su barra) y La Peninsular (donde se dice que Lucha Villa pasaba sus noches). Sin embargo, estas son una buena opción para empezar. Y es que, ¿cómo no amar las cantinas de esta ciudad? Definitivamente, para conocer la CDMX, entender a sus habitantes, caminar por sus entrañas, es necesario pasar unas horas en una de sus cantinas.
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